[“Es tarea del docente de lengua y literatura mejorar las competencias comunicativas del alumnado”] |
Carlos Lomas es un entusiasta defensor y
divulgador del enfoque comunicativo de la enseñanza de la lengua, un enfoque
que se basa más en el desarrollo de competencias (leer comprensivamente,
escribir diferente tipo de textos, hablar y escuchar significativamente), que
en la enseñanza teórica de corrientes lingüísticas, contenidos gramaticales o
de la historia de la literatura nacional y universal.
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Entrevista
a Carlos Lomas, reconocido
especialista español en didáctica de la lengua y la literatura
Por LUZ HELENA RODRÍGUEZ
CARLOS SÁNCHEZ LOZANO
DEL
ENFOQUE GRAMATICAL AL ENFOQUE COMUNICATIVO
¿Por
qué es necesario ya superar los enfoques prescriptivos (formales) de la
enseñanza de la lengua castellana y pasar a un enfoque comunicativo?
En mi opinión, cualquier argumento a favor de un enfoque
comunicativo de la educación lingüística debe partir de la voluntad de
encontrar respuestas a interrogantes como éstos: ¿Para qué enseñamos lengua y literatura? ¿Con qué criterios deben
seleccionarse los contenidos lingüísticos y literarios? ¿Aprenden de veras los
alumnos lo que les enseñamos en las aulas? ¿Qué debe saber (y saber
hacer) un alumno o una alumna para desenvolverse de una manera adecuada en los
diferentes contextos comunicativos de su vida personal y social?
Si consultamos al profesorado de lengua en la educación primaria y
en la educación secundaria, a lingüistas (sea cual fuere la orientación de la
escuela lingüística a la que se adscriban) o a especialistas en asuntos
pedagógicos sobre la finalidad de la enseñanza escolar de la lengua, veremos
cómo unos y otros coincidimos en la idea de que el objetivo esencial de la
educación lingüística ha sido, es y quizá deba ser siempre intentar contribuir
a la adquisición y al dominio de las destrezas comunicativas más habituales en
la vida de las personas (hablar, escuchar, leer, entender y escribir) y por
tanto a la mejora de las capacidades comunicativas del alumnado. Nadie niega ya
que el objetivo esencial de la educación lingüística es la adquisición y el
desarrollo de los conocimientos, las habilidades, las actitudes y las
capacidades que nos permiten desenvolvernos en nuestras sociedades de una
manera adecuada y competente en las diversas situaciones y contextos
comunicativos de la vida cotidiana.
Por esta razón, el aprendizaje lingüístico en las aulas no debe
orientarse de forma exclusiva al conocimiento, a menudo efímero, de los aspectos morfológicos o sintácticos de
una lengua, sino, que ante todo, debe contribuir al dominio de los usos verbales que
las personas utilizan habitualmente como hablantes, oyentes, lectores y
escritores de textos de diversa naturaleza e intención. El enfoque formal o
prescriptivo de la enseñanza de la lengua partía de la idea de que sólo el
conocimiento de las categorías y de las reglas gramaticales de la lengua haría
posible la mejora del uso expresivo de las personas, pero, con la extensión de
la enseñanza obligatoria en las últimas décadas a alumnos y a alumnas
pertenecientes a grupos sociales hasta entonces ajenos a la educación escolar,
se ha comprobado que no basta con un saber gramatical que no es sino una
caricatura de cierta lingüística aplicada, sino que lo que se precisa es una
educación lingüística orientada a la mejora del uso oral y escrito del
alumnado.
Esto es algo tan sensato que no hace falta estar a la última en
didáctica de la lengua para estar de acuerdo, aunque ya se sabe que el sentido
común es el menos común de los sentidos. Por eso Rodolfo Lenz escribió con
ironía hace ya casi un siglo (1912): “Si conocer a fondo la gramática fuera
condición indispensable para ser artista del lenguaje, poeta, escritor, orador,
¿por qué no son los mejores gramáticos a la vez los más grandes escritores?”.
Y, en la misma dirección, escribiría en 1924 el ilustre erudito Américo Castro:
"La gramática no sirve para enseñar a hablar y escribir correctamente la
lengua propia, lo mismo que el estudio de la fisiología y de la acústica no
enseñan a bailar, o que la mecánica no enseña a montar en bicicleta. Esto es de
tal vulgaridad que avergüenza tener que escribirlo una y otra vez”.
En un enfoque comunicativo de la enseñanza de la
lengua castellana, ¿cuál es la tarea del docente y cómo puede operar como
mediador del cambio?
Hay
quien piensa que enseñar lengua en un contexto comunicativo es algo que rebaja
la calidad docente y que devalúa el nivel de los contenidos enseñados. Ante tal
falacia yo pregunto: ¿Qué es más fácil? ¿Enseñar el adverbio o enseñar a hablar
de una manera fluida y adecuada? ¿Enseñar la estructura interna de una oración
simple o enseñar a escribir con corrección, coherencia y cohesión? ¿Enseñar la
vida y obra de un autor consagrado por la tradición literaria o enseñar a
apreciar la expresión literaria y contribuir a formar lectores críticos? La
tarea del profesorado en el contexto de un enfoque comunicativo es más compleja
ya que para enseñar en esta dirección no basta con tener una cierta formación lingüística
(casi siempre de orientación estructuralista o generativista) sino que hay que
utilizar otros saberes lingüísticos (pragmática, lingüística del texto,
semiótica...) y otras metodologías: frente a la clase magistral y a la
calificación académica del texto elaborado por un alumno o una alumna, hay que
actuar como mediador e intervenir en el proceso de elaboración de los textos
orales y escritos con estrategias concretas de ayuda pedagógica.
En América Latina la transición a un enfoque
comunicativo de la enseñanza de la lengua castellana ha sido difícil. La gran
mayoría de docentes quiere enseñar lo que ha enseñado siempre (gramática,
reglas ortográficas, historia de la literatura). ¿Cómo ha sido la transición en
España?
En España también hay una fuerte resistencia,
especialmente en los últimos años de la educación secundaria, a esta manera de
entender la enseñanza y el aprendizaje de la lengua y de la literatura. El aprendizaje lingüístico aún se orienta de forma
exclusiva en algunas aulas al conocimiento, a menudo efímero, de un conjunto de
conceptos gramaticales y de hechos literarios cuyo sentido, a los ojos de los
alumnos y de las alumnas, comienza y concluye en su utilidad para superar con
éxito (o no) la calificación académica de los aprendizajes escolares. ¿Y por qué es así? ¿Es el profesorado de
lengua y literatura en España especialmente insensato desde un punto de vista
pedagógico? ¿O son otras las razones que nos ayudan a entender esta evidente
inadecuación entre lo que se piensa en teoría sobre los objetivos de la
educación lingüística y lo que en la práctica se hace en algunas aulas?
Por una parte, en la mayoría de las facultades de Filología,
encargadas hoy por hoy en España de la formación inicial de quienes enseñan (o
aspiran a enseñar) lengua y literatura en la educación secundaria, siguen aún
dominando aquellas ciencias del lenguaje que excluyen de su ámbito de estudio y
de reflexión el uso lingüístico y comunicativo de las personas. De ahí que con
frecuencia casi nada se enseñe en tales facultades sobre el modo en que tienen
lugar los intercambios lingüísticos y comunicativos, sobre la forma en que los
hablantes cooperan en la construcción del significado, sobre cómo se adquiere y
desarrolla el lenguaje, sobre las estrategias del sentido en los actos del
hablar, del escuchar, del escribir y del leer o sobre los factores culturales
que en nuestras sociedades condicionan la producción y la recepción de los
mensajes orales, escritos e iconográficos. Por el contrario, el énfasis en la
formación inicial del profesorado se sigue poniendo en el estudio fonológico y
morfosintáctico de la lengua, y en el conocimiento de los diversos autores,
obras y épocas de nuestra historia literaria. Es obvio que tales asuntos
pertenecen al saber lingüístico y literario, pero también lo es que por sí
solos no constituyen una herramienta especialmente eficaz para emprender la
ardua y difícil tarea de mejorar las habilidades comunicativas del alumnado.
Por otra parte, no conviene olvidar en qué tradición didáctica se
inserta la experiencia docente de la mayoría del profesorado español de lengua
y literatura en la educación secundaria. No hace falta ir demasiado atrás en el
tiempo para recordar cómo el programa oficial de la materia, debidamente traducido por las
editoriales en forma de manual o libro de texto, se convertía en una guía de
actuación pedagógica que indicaba con absoluta precisión qué hacer (y cómo,
cuándo y de qué manera hacerlo) en cada momento. En cuanto a los contenidos de
los programas de enseñanza de la lengua castellana y literatura (y de los
libros de texto que los ilustraban), unos y otros eran casi siempre una larga
retahíla de conceptos lingüísticos y de hechos literarios cuya selección se
efectuaba teniendo en cuenta las aportaciones de las teorías gramaticales
(tradicional, estructural y generativa), del formalismo y estructuralismo
literarios y de la historia de la literatura. De esta manera, las clases de
lengua y literatura se convierten a menudo en una tupida hojarasca de saberes
gramaticales, o en un sendero interminable de hechos literarios en detrimento
de otras tareas orientadas a la adquisición y al desarrollo de competencias
comunicativas.
Sin embargo, es justo señalar que, pese al enfoque formal de los
programas de enseñanza y al tipo de contenidos habituales en los libros de
texto, han sido bastantes los profesores y profesoras en España que con una
enorme sensatez pedagógica han entendido que enseñar lengua no es enseñar una
de las corrientes lingüísticas al uso, sino mejorar las habilidades
comunicativas del alumnado, y que enseñar literatura no es empeñarse contra
viento y marea en que los alumnos y las alumnas conozcan la vida y obra de
decenas de autores y autoras, sino intentar crear hábitos lectores, desarrollar
sus capacidades de comprensión lectora, estimular el disfrute de la lectura y
animar al ejercicio del placer de la escritura de intención literaria.
¿Por
qué es necesario estimular los aprendizajes significativos en la enseñanza de
la lengua. ¿Cuáles son los costos de no hacerlo?
Cualquier
aprendizaje escolar debe ser significativo y funcional, es decir, debe tener
sentido para quien lo aprende y debe ser útil más allá del ámbito escolar. En
el caso de la enseñanza de la lengua, el alumnado tiene que entender que lo que
se le enseña le va a ser útil en su vida personal y social (y no sólo a la hora
de aprobar la materia al finalizar el curso). Y que por tanto tiene que
aprender a usar de una manera competente la lengua no porque exista la
lingüística o las clases de lengua, sino porque la lengua tiene al ser usada un
determinado valor de cambio social, y que, por tanto, puede ser un instrumento
de convivencia, de comunicación y de emancipación entre las personas o, por el
contrario, una herramienta de manipulación, de opresión y de discriminación.
Esa conciencia lingüística sobre el valor de la lengua y de sus usos en las
actuales sociedades, es esencial para que cualquier aprendizaje tenga sentido a
los ojos del alumnado.
Leer y escribir
habitualmente, compromiso de la escuela
La
sociedad, los intelectuales, funcionarios del Estado, los padres, los mismos
maestros, la comunidad educativa, se quejan de que los estudiantes no saben
leer ni escribir. ¿Cómo podemos analizar esta “crisis de la alfabetización”?
Detrás
de esta alarma social a veces se trasluce una cierta nostalgia del tiempo
pasado, al modo en que la evocaba el poeta Jorge Manrique: “Cualquier tiempo
pasado fue mejor”. Lo que pasa es que en ese tiempo pasado no estudiaban todos
los alumnos y todas las alumnas de cada país sino sólo los hijos y las hijas de
las clases medias y de las clases altas, es decir, de los grupos sociales
acomodados y privilegiados. Ahora, les guste o no, a las aulas acuden todos y
todas, sean como sean y vengan de donde vengan (y a mí me gusta que esto sea
así). En este contexto el déficit cultural (entendido como el déficit del tipo
de cultura que la escuela difunde y bendice) de los alumnos y alumnas de los
grupos menos favorecidos se nota, porque la escuela sigue siendo esencialmente la
misma aunque la sociedad haya cambiado radicalmente. Por otra parte, es cierto
que el aluvión de mensajes audiovisuales ocupa el ocio cultural de la infancia
y de la adolescencia actual, en detrimento de un ocio ocupado por la lectura,
pero habría que preguntarse si antes se leía más o si en realidad antes unos
pocos leían más y la mayoría no leía nada. En España también algunas personas y
algunas autoridades se lamentan de este presunto descenso de la lectura (que no
se corresponde, por cierto, con el increíble aumento de la edición de libros)
pero habría que responderles con las sensatas e irónicas palabras del profesor
Jesús Tusón: “Digan lo que digan los pesimistas, nunca como ahora había habido
tanta gente capaz de escribir y de leer. Y resultan graciosas algunas encuestas
en las que se destaca que el 45% de la población nunca lee libros. Lo que es
realmente sorprendente y alentador es que ¡el 55% de la población los lee!”.
¿Por
qué en la sociedad global –o sociedad de la información- leer y escribir es
fundamental?
Es
cierto que nuestro hábitat comunicativo se sitúa cada vez más en la iconosfera
de las imágenes, y que a través de los medios de comunicación de masas se nos
invita a comulgar con una determinada visión (o versión) del mundo que en
ocasiones se confunde con la propia realidad. Por ello, entender desde el
lenguaje (y no desde esa falsa analogía con la realidad a la que invitan las
imágenes televisivas o publicitarias) el mundo en el que vivimos es la antesala
de una mirada crítica sobre la realidad. De ahí que cuando se habla de analizar
críticamente la imagen se habla de leer
imágenes y no de ver imágenes.
Por otra parte, no olvidemos que aún en estos mensajes icónicos de la cultura
de masas la palabra sigue siendo esencial, sin
olvidar la importancia que el texto escrito tiene en Internet y en todas
las posibilidades expresivas y comunicativas que abre (correo electrónico,
chats de conversación por escrito...). Leer críticamente los textos que se
difunden en estos nuevos soportes y escribir de una manera coherente y
apropiada son esenciales en esta sociedad de la información porque debajo de
toda la chatarra electrónica e informática hay personas usan las palabras en
sus intercambios, en sus conflictos, en la expresión de sus sentimientos, ideas
y fantasías, en la comunicación humana en definitiva. Y también en la sociedad
de la información se valora el poder de la palabra.
En
nuestros países es habitual creer que a “leer se aprende leyendo” y que con la
lectura decodificativa es suficiente. Le agradeceremos nos explique por qué es
fundamental desarrollar en las escuelas y colegios un programa para enseñar
explícitamente las competencias y habilidades que exige la comprensión lectora.
El
desarrollo de las capacidades de comprensión de textos escritos exige, por una
parte, adquirir una serie de recursos específicos (estrategias y conocimientos)
que permiten a quien lee operar con la información contenida en el texto. Por
otra parte, exige aprender a enfrentarse a una situación de comunicación específica,
caracterizada por la ausencia del interlocutor, a quien no se puede apelar de
una manera directa. Finalmente, exige ser conscientes de que la lectura y la
comprensión de textos es una actividad a la que debe enfrentarse cada lector y
cada lectora con un grado de autonomía elevado. En cualquier caso, la mejora de
las capacidades de comprensión de los diferentes tipos de textos exige
una enseñanza de la comprensión lectora orientada a favorecer el aprendizaje de
estrategias y conocimientos específicos. El dominio de estas estrategias y
de estos conocimientos permitirá mejorar las habilidades relacionadas con la
identificación de la idea principal del texto y de la intención del autor, con
la distinción entre tema y argumento del texto, con la consciencia sobre el
papel de los conectores y de los recursos estilísticos, con la identificación
de la estructura textual, del tipo de texto que se trate y del contexto al que
se dirige...
Llegar a potenciar la
competencia ideológica y argumentativa en los estudiantes es uno de los mayores
retos que los docentes de los últimos años de secundaria. ¿Cree usted, que este tipo de competencia deba potenciarse en la clase
de español o, por el contrario, que el espacio indicado sean las clases de
sociales y ciencias exactas? ¿Acaso debería el maestro de literatura
privilegiar la competencia literaria y
el estudio de este tipo de textos?
La
adquisición y el desarrollo de actitudes críticas es una tarea de todas las
materias porque en todas las áreas del saber se encuentran fenómenos de
manipulación, engaño, injusticia, opresión, ocultación y discriminación. Una
escuela abierta al mundo (y a la posibilidad de cambiar ese mundo, como
sugiriera Rimbaud) no debe abandonar su identidad utópica, y, por tanto, debe
enseñar en su seno los útiles de la cultura que permiten el desarrollo de esa
competencia ideológica y argumental a la que aluden. Como escribiera Freire,
debe enseñar a leer e interpretar el mundo.
Escribir es algo más que
escribir caligráfica y ortográficamente bien
Es
notoria en nuestro medio docente la sobrevaloración de la ortografía y de la
caligrafía en demérito del carácter comunicativo del lenguaje. ¿No hay
inconsistencia en esta forma de enseñanza?
La
ortografía, no lo olvidemos, tiene un valor social indudable y por eso la
corrección ortográfica debe ser enseñada en las clases. Pero, como cualquier
otra enseñanza lingüística, esta labor no es exclusiva de la clase de lengua.
Sólo si en todas las materias se corrige la ortografía de los escritos
escolares será posible que los alumnos y las alumnas le vean sentido, porque si
no sólo cuidarán su ortografía cuando escriban para la clase de lengua y eso
está condenado de antemano al fracaso. Cuando su calificación en matemáticas o
en historia disminuya a consecuencia de la incorrección ortográfica, empezarán
a tener en cuenta la idea de que hay que escribir correctamente la lengua
propia. Por lo demás, escribir no es sólo evitar los errores ortográficos: un
escrito correcto no es necesariamente un buen escrito, mientras que un escrito
incorrecto puede ser extraordinario desde un punto de vista comunicativo. Aunar
corrección, coherencia e imaginación es la utopía a la que debemos tender. En
cuanto a la caligrafía, afortunadamente ustedes han recibido mis respuestas a
través de una computadora porque si les hubiera contestado de manera manuscrita
aún seguirían intentando descifrar cada una de mis letras. Mi caligrafía es un
desastre y no presumo de ello. Pero no me ha impedido escribir libros ni ser
profesor de lengua. Así que ¿por qué obsesionarse con ello? No obstante, es de
agradecer que un texto sea legible y en
alguna medida hay que indicárselo al alumno, pero sin obsesionarse, porque no
es lo esencial.
El proceso de redacción de un texto es una tarea
de constante construcción y reconstrucción. Un profesor promedio tiene que
desarrollar este proceso en más o menos en 150 estudiantes con los que se
encuentra cada semana (30 por curso) ¿Cuál es su punto de vista al respecto?
Ciertamente
intervenir en el proceso de escritura del alumnado es un trabajo notable si se
tienen tantos alumnos. Es más fácil corregir de vez en cuando la ortografía del
alumnado que estar pendiente de las distintas fases de elaboración de un texto
escrito. En cualquier caso, y teniendo en cuenta que el resto de los alumnos
también pueden intervenir en el proceso de corrección de los textos, quizá la
clave consista en no querer corregirlo todo sino en atender en cada momento a
algún aspecto específico (coherencia, cohesión, ortografía...). Daniel Cassany,
en su libro Reparar la escritura
(Graó, 1994), da algunos consejos prácticos para la corrección de los escritos
escolares que pueden sernos muy útiles: corregir sólo lo que el alumno puede
aprender, corregir el texto cuando el alumno aún tiene reciente lo que ha
escrito, corregir las versiones previas, dar instrucciones prácticas y
concretas, dar instrumentos para la autocorrección, no tener prisa por
corregirlo todo, utilizar la corrección como recurso didáctico y no sólo como un
pretexto para señalar los defectos de los escritos...
Se insiste en varios de los países
latinoamericanos que los estudiantes de grado once deben salir produciendo
ensayos. ¿Cree usted que este logro sea posible de alcanzar en la justa medida
de lo que es este género? ¿Podría considerarse como una más de las quimeras
pedagógicas de la educación?
Yo
codirigo desde hace siete años una revista de Didáctica de la Lengua y de la
Literatura (Textos), y les puedo
asegurar que muchos docentes de la materia no dominan el ensayo como género
textual específico con sus propias reglas y convenciones. Y no deja de ser
lamentable que entre los tipos de textos que siempre se trabajan en las clases
(narrativo, descriptivo...) apenas se reserve un tiempo específico para la
exposición argumentada, para el ensayo... Y ciertamente no es un género fácil.
Todo depende de si hay un trabajo previo en torno a este género y si se es
consciente de la dificultad que entraña a la hora de evaluar los ensayos
escolares. En cualquier caso quizá sea algo atrevido considerar que todos los
alumnos y todas las alumnas han de dominar el ensayo a determinada edad. ¿Y por
qué no la poesía? ¿O el periodismo?
¿Para qué el fomento de
competencias en el lenguaje?
En
este momento en América Latina hay una discusión –tardía, sin duda alguna-
sobre qué son competencias y por qué es necesario desarrollarlas en los
estudiantes. ¿Qué nos diría al respecto?
Tengo
la impresión de que ustedes manejan una idea de las competencias más amplia de
la que utilizo yo habitualmente, y que se refiere a los conocimientos y a las
capacidades que hacen posible la competencia comunicativa de las personas. ¿Cuáles son en
concreto esos conocimientos y esas capacidades que hemos de enseñar con el fin
de contribuir desde la educación al aprendizaje de la competencia comunicativa?
A juicio de autores como de Canale, Swain
y Hymes, la adquisición de la competencia comunicativa se alcanza cuando se
usan de forma apropiada un conjunto de conocimientos, destrezas y normas que
son hoy esenciales para comportarse comunicativamente no sólo de una manera correcta sino también, y sobre todo, adecuada a las características del
contexto y de la situación en que tiene lugar el intercambio comunicativo. O
sea, cuando se posee
a) una competencia
lingüística, entendida como capacidad innata para hablar una lengua y a la
vez como conocimiento de la gramática de esa lengua: el dominio de esta
competencia favorece la corrección expresiva de los enunciados lingüísticos;
b) una competencia
sociolingüística, referida al conocimiento de las normas socioculturales
que condicionan el comportamiento comunicativo en los diferentes ámbitos del
uso lingüístico. La competencia sociolingüística está asociada a la capacidad
de adecuación de las personas a las
características del contexto y de la situación de comunicación;
c) una competencia
discursiva o textual, relativa a los conocimientos y habilidades que se
precisan para poder comprender y producir diversos tipos de textos con cohesión y coherencia;
d) y una competencia estratégica,
que se refiere al conjunto de recursos que podemos utilizar para reparar los
diversos problemas que se pueden producir en el intercambio comunicativo (desde
los malentendidos hasta un deficiente conocimiento del código), y cuya
finalidad es hacer posible la negociación
del significado entre los interlocutores.
Quizá fuera adecuado añadir a estas competencias otros dos tipos
específicos de competencias que, aunque cabe incluirlos en el ámbito de la
competencia textual, tienen en mi opinión una especial significación
pedagógica: la competencia literaria
(que incluye los conocimientos, las habilidades y los hábitos que hacen posible
el uso y disfrute de los textos literarios) y la competencia semiológica (que incluye los conocimientos, las
habilidades y las actitudes que favorecen una interpretación crítica de los
usos y formas de los medios de comunicación de masas y de la publicidad).
Desde
hace tres años se vienen realizando en nuestro continente evaluaciones de
competencias básicas –en escuelas públicas y colegios privados- que demuestran,
entre otras cosas, que el nivel de competencia comunicativa (comprensión
lectora, producción de textos escritos) de los estudiantes de primaria y
secundaria es altamente deficiente. Por ejemplo, cerca del 70 por ciento de los
niños y jóvenes no hace lectura inferencial o global, no reconocen la
estructura ni el tipo de texto que leen, y menos la intención de los emisores.
Sin ánimo de comprometerlo, ¿qué demuestran estos resultados negativos y qué
información ofrecen en vía de mejorar la calidad de la enseñanza?
En
primer lugar, conviene advertir del peligro de algunos usos y abusos de evaluaciones
en las que se analizan los datos sin tener en cuenta el contexto no sólo
escolar sino también cultural y social de lo que se evalúa. En el caso
que usted refiere, hay que señalar que el auge de los enfoques comunicativos de
la enseñanza de la lengua coincide con la extensión progresiva de la
escolarización a toda la población infantil y adolescente. Por ello, hay que
tener en cuenta que la enseñanza y el aprendizaje de competencias lectoras y
escritoras son más difíciles ahora ya que no sólo se educa a unos privilegiados
(que en su contexto familiar y social ya tenían posibilidades de adquirir por
su cuenta esas competencias) sino a toda la población. Por otra parte, ahora se
evalúa con mayor precisión y de una manera cualitativa por lo que el
diagnóstico puede parecer desesperanzador.
Sería
absurdo negar las dificultades de
algunos alumnos y de algunas alumnas en la comprensión de los textos y, en
consecuencia, en el aprendizaje de los contenidos trasmitidos por esos textos.
¿Cuáles pueden ser las causas de esta situación? Conviene evitar la fácil
tentación de evocar con nostalgia el tiempo pasado y afirmar que hace unas décadas
quienes estudiaban escribían y comprendían mejor. Como dije antes, se olvida a
menudo que hace unas décadas la educación obligatoria concluía a edades
tempranas y que sólo una parte de la población (casi siempre los hijos y las
hijas de las clases acomodadas) cursaban estudios secundarios y universitarios.
Hoy, afortunadamente, las cosas están cambiando. Este hecho, tan saludable
desde un punto de vista ético y pedagógico, conlleva sin embargo algunas
dificultades a la hora de enseñar las habilidades de comprensión y expresión
escritas a toda la población escolar. Si a ello se añade un ocio cultural que
no es ocupado en la actualidad casi nunca por la lectura sino por el consumo
indiscriminado de mensajes televisivos, musicales y cinematográficos, la escasa
animación a la lectura en las familias con un bajo nivel de instrucción, y la
ausencia casi siempre de un trabajo coordinado en todas las áreas orientado a
la mejora de las habilidades de escritura y de comprensión del alumnado (pese a
que en todas las áreas se escribe y se lee), entenderemos cómo las causas de
que los alumnos y las alumnas tengan dificultades expresivas y comprensivas con
la lengua escrita son bastante complejas.
¿Para desarrollar la competencia textual en el
aula es necesario explicar una teoría lingüística textual o discursiva a los
estudiantes de secundaria, o es suficiente con generar ejercicios en donde
pongan en práctica el uso de aspectos de coherencia y cohesión como
macroestructuras, superestructuras, sustitución, elipsis, anafóricos,
catafóricos, deícticos, etc.?
Estoy
más de acuerdo con la segunda opción. No es necesario tener un conocimiento
teórico exhaustivo para ejercitarse en la práctica de una manera adecuada. ¿O
es que los escritores son especialistas en lingüística del texto? Lo
que sí conviene es que el profesorado tenga esa formación teórica ya que le
permitirá intervenir con acierto en la corrección de errores expresivos, pero
convertir el habla y la escritura en un pretexto para enseñar conceptos de la
lingüística actual me parece un error.
¿Qué opinión le merecería un currículo en donde el
análisis del lenguaje se hiciera desde el punto de vista puramente pragmático y
sociolingüístico a expensas de la teoría lingüística estructural?
Estoy
en contra de convertir la educación lingüística en lingüística aplicada, sea de
la orientación que sea. Por ello, de la misma manera que he criticado en el
pasado la incorporación a las clases de lengua del corpus conceptual y de la
terminología de la gramática estructural o generativa, en el presente hago lo
mismo en relación con la incorporación injustificada de los conceptos de la
pragmática, de la lingüística del texto o de la semiótica. No se trata de
cambiar los términos tradicionales por otros como implicatura, macroestructura
textual o acto perlocutivo, sino de
enseñar a reflexionar sobre el uso lingüístico con herramientas menos
sofisticadas y menos sectarias. La
gramática tradicional puede ser útil para explicar muchas cosas con fines
pedagógicos, aunque no sea una gramática “científica”. A efectos pedagógicos es
más útil de lo que se cree, y desde luego más comprensible que el aluvión de
términos de las teorías lingüísticas actuales. Dicho de otra manera, los
estudiantes no tienen ninguna culpa de que lingüistas como Saussure, Chomsky,
Austin o van Djik tengan puntos de vista diferentes sobre el lenguaje. Las
necesidades educativas del alumnado son distintas de los intereses (científicos
y académicos) de las diferentes lingüísticas. Por ello, quien debe estar al día
de la lingüística contemporánea es el profesorado, pero no para aplicar
literalmente lo que sabe, sino para ayudar al alumnado desde la reflexión a
mejorar su uso lingüístico y comunicativo.
Usted ha escrito sobre una pedagogía para
analizar, comprender y criticar los medios de comunicación desde la escuela.
Una de los lugares comunes del discurso docente es que la televisión es enemiga
de la lectura (de libros). ¿Esta oposición es cierta? ¿Qué justifica? ¿Qué
explica?
La
televisión ocupa el ocio de las personas en gran medida y ello es, nos guste o
no, inevitable. Pero si somos capaces de enseñar que los libros encierran
mundos atractivos y sugerentes, que nos muestran otras cosas y que nos
divierten de otra manera, quizá la lectura siga teniendo un hueco en el tiempo
y en el corazón de las personas. Si además los libros están al alcance de
todos, si se realizan actividades lúdicas en torno a ellos, si en cada casa hay
una biblioteca, si leer se convierte en algo habitual y cotidiano (y no sólo en
una tarea escolar), estupendo. Pero de nuevo en este terreno unos lo tienen
casi todo ganado de antemano, mientras que otros parecen haber nacido sin el
derecho a leer y a disfrutar con los libros.
Diversos
trabajos teóricos sobre el mundo cultural de los adolescentes en América Latina
(Barbero, 2003; Morduchowicz, 2004) señalan que los tiempos comunicativos de
los docentes y los estudiantes son completamente opuestos. Mientras los jóvenes
viven en el mundo de la imagen –la televisión, los videoclips y videojuegos,
Internet- los docentes siguen anclados en una cultura tradicional de la lectura
y la escritura. ¿Cómo enseñar a cuestionar el funcionamiento de los medios si
estos se detestan o se desconocen?
Yo
no diría que España los docentes se pasan la vida leyendo y escribiendo sino
que estoy convencido de que ven tanta televisión como cualquier otra persona de
cualquier otra profesión. Pero es cierto que hay un cierto alejamiento de esos
otros textos tan cercanos a los alumnos (cómics, videojuegos, Internet...). La
educación es un diálogo cultural y quizá haya que tender puentes entre la
cultura adolescente y la adulta, porque si no la educación se verá como una
imposición de la cultura tradicional de los adultos sobre la cultura juvenil y
sobre la cultura de masas, ambas tan cercanas y atractivas para los
estudiantes. A la hora de seleccionar los tipos de textos habría que tener en
cuenta esos otros textos y proyectar sobre ellos una mirada crítica. Por otra
parte, establecer puentes entre narración y cine, entre poesía y publicidad, no
es tan difícil y es desde el punto de vista pedagógico –y semiótico- muy
interesante.
La polémica sobre medios de comunicación y escuela
es cada vez más compleja. ¿Piensa usted que un fenómeno de tanto impacto en la
cultura popular latinoamericana como la telenovela pueda ser un medio útil para
desarrollar la competencia semiológica de los estudiantes? ¿Considera que se
pueda elevar a objeto de estudio en el aula de español este tipo de texto?¿Por qué no?
En la fotonovela están todos los estereotipos
narrativos y sociales que aparecen en los relatos canónicos de la literatura.
Otra cosa es que sobre ella no sólo se proyecte un análisis formal de
estructuras y de técnicas narrativas sino que, además, eduquemos a los
espectadores de esos textos televisivos en una mirada crítica sobre las rutinas
expresivas, sobre los tópicos temáticos y sobre los estereotipos sociales,
raciales y sexuales que se transmiten en las fotonovelas. Una vía posible de
trabajo sería comparar esos tópicos y esos estereotipos con otros tópicos y
estereotipos literarios, y ofrecer algunos textos en los que se muestren otras
posibles formas de narrar y de representar el mundo.
Frente a los medios de comunicación masivos, ¿qué
distingue al estudiante crítico del que no lo es?
Por
una parte es necesario un cierto conocimiento de los mecanismos discursivos
(lingüísticos, retóricos, narrativos, visuales...) mediante los cuales se
manipula la representación de la realidad al servicio de determinadas
ideologías. Por otra, un cierto saber cultural que incluye desde ideologías
alternativas a las dominantes hasta actitudes de indagación crítica sobre la
realidad. De todo ello se deriva una capacidad lectora de esos mensajes (una
competencia semiológica) que nos permite distinguir la apariencia de la
realidad, los intereses ocultos bajo el camuflaje textual, y la ideología
escondida bajo la aparente objetividad de la información.
De la lectura obligatoria al
fomento de la lectura
Hay
docentes de secundaria que consideran que la clase de español es clase de
historia literaria. Su actitud habitual es defender la “lectura de los
clásicos” (aunque su noción de “clásico” sea cuestionable). Si la intención es
desarrollar competencia comunicativa, ¿están en lo correcto?
Cualquier
respuesta a este interrogante exige antes ponerse de acuerdo en los objetivos
de la educación literaria. Si el objetivo de la educación literaria es que los
alumnos tengan un conocimiento académico –a menudo efímero- de las obras y
autores más sobresalientes de la historia de la literatura nacional y
universal, entonces parece coherente enseñar a través de la vida, de la lectura
y del comentario de los clásicos. Sin embargo, si el acento se pone en la
adquisición de hábitos lectores y de actitudes de aprecio ante la expresión
literaria, y si se tiene en cuenta cómo son y de dónde vienen los adolescentes
que acuden a las aulas, quizá haya que utilizar otros criterios de selección de
los textos y otras estrategias de acercamiento al conocimiento y al disfrute de
la literatura.
Los jóvenes tienden
cada vez más a preferir lecturas cuyo sentido y referentes les sean más
cercanos y fáciles de encontrar. Como respuesta a ello, algunos colegios han
dejado de lado la lectura de los llamados “textos clásicos” cambiándolos por
novelas breves, de autores contemporáneos y que tratan las temáticas juveniles.
¿Qué opinión le merece esta opción que tiende cada vez más a generalizarse?
A
mí me parece muy bien. La literatura juvenil y de aventuras de calidad
constituye un género enormemente adecuado a la hora de acercar a los
adolescentes a la experiencia literaria. Se trata de textos cuyos personajes,
argumentos y situaciones son cercanos a la vida cotidiana de los alumnos y de
las alumnas, y por tanto la lectura de estos textos adquiere para ellos un
sentido que no tiene la lectura de unos textos clásicos cuyo léxico, estilo,
valores y contexto cultural e histórico les son bastante ajenos. Otro aspecto
interesante puede ser el de fomentar la experiencia de la creación literaria a
través de talleres de escritura creativa en los que se manipulen las formas
literarias. De esta manera la literatura ya no es sólo un modo de expresión de
las élites ilustradas, sino una herramienta de comunicación al servicio de
cualquier persona.
Nada
más lejos de mi ánimo que negar la relevancia cultural y estética de los textos
clásicos, pero sí conviene tener alguna cautela a la hora de utilizarlos en las
clases. Sólo cuando a través de estrategias como las antes indicadas los
alumnos y las alumnas entiendan que la literatura es algo útil en su vida
estarán en condiciones de acercarse a textos más complejos, a los textos ya
consagrados por la tradición literaria.
Con el ánimo de incrementar el hábito lector,
algunas escuelas y colegios han impuesto una lectura obligada de veinte minutos
o una hora. Esta se hace en diferentes horas de la jornada académica, después
de escuchar una campana que indica el inicio de la actividad. A los estudiantes
se les permite escoger el libro, pero no se les permite leer historietas,
selecciones de chistes, libros de cocina, y literatura de este nivel. ¿Cree
usted que este tipo de actividad puede contribuir efectivamente a la solución
del bajo índice de lectura?
No
lo sé, porque todo lo que es obligatorio a menudo es rechazado por el alumnado,
pero también hay aspectos positivos en esa experiencia: la libertad de elección
de los textos, el acotar un tiempo específico de lectura... Quizá la clave está
en si se prepara al alumnado para esa actividad, en si hay unas estrategias de
animación a la lectura antes de esa actividad, en si la lectura se asocia con
alguna tarea y por tanto tiene un cierto sentido práctico...
¿Cómo
podemos lograr desde la escuela consolidar una cultura lectora y escritora?
No
hay recetas mágicas. Cada escuela, en función de las características personales
y culturales del alumnado y del contexto social en que se inserta, debe
inventar las estrategias más adecuadas para crear en torno a ella una comunidad
de lectores y de escritores, y para persuadir a los estudiantes de que leer y
escribir son actividades sociales y no sólo tareas escolares. Para ello
hay que insistir en la dimensión lúdica y creativa del lenguaje, así como en su
uso social, y no sólo en su dimensión académica.
En
un programa masivo de formación y actualización de docentes que enseñen lengua
castellana, ¿cuáles serían los objetivos y logros principales que se deben
alcanzar?
Algo
he dicho al comienzo de esta entrevista al aludir a las carencias de la
formación inicial del profesorado en España. Yo creo que la formación de
quienes enseñen lengua castellana y literatura debe conjugar la mayor
información lingüística y literaria posible con la educación en actitudes de
indagación crítica ante la realidad (escolar y social), con el fin de que sean
conscientes de las funciones sociales de la educación y del lenguaje, de sus
miserias y de sus grandezas, de sus límites y de sus utopías. Sólo así será
posible evitar tanto el desánimo ante la lentitud de ciertos aprendizajes, como
estimular la voluntad de contribuir desde la enseñanza a la transformación de
la sociedad.
Un libro clave de Carlos Lomas
Cómo enseñar a hacer cosas con
las palabras (Teoría y práctica de la educación lingüística) es un libro curioso en su presentación. Es
algo así como un “puzzle” donde se mezclan sin prejuicio los resultados de la
investigación académica más reciente con las estrategias didácticas y de
evaluación más sencillos. ¿Qué idea subyace a esta propuesta textual?
En efecto,
en este libro intento acercar a quienes enseñan lengua y literatura tanto a lo
que se ha ido investigando en el ámbito de las teorías lingüísticas y
literarias y en el ámbito de la enseñanza de las lenguas, como a lo que otras
personas han escrito sobre aspectos concretos del lenguaje y de su enseñanza. De
ahí que en bastantes ocasiones el libro ceda la palabra (a través de citas
amplias de textos ajenos) a otros autores y autoras que se han ocupado de
aspectos parciales con mayor conocimiento y rigor que yo. En este sentido el
texto conjuga la autoría personal con la voluntad de democratizar el saber
pedagógico y lingüístico, y tiene la voluntad de ser un manual que aborda los
asuntos esenciales que afectan al oficio de enseñar lengua y literatura. Pero
no es sólo un libro teórico, y por ello aporta ideas, sugerencias y propuestas
para el aula, así como intenta dialogar con quienes lo lean a través de
interrogantes, de encuestas, de comentarios de texto, de análisis de casos y de
libros de texto, etc...
Excelente artículo...
ResponderBorrarNos enseña a reflexionar como maestros y prepararse para enseñar cada día mejor en este mundo competitivo
ResponderBorrarConstructiva.
ResponderBorrarMuy interesante
ResponderBorrarbuen texto
ResponderBorrarBuena información.
ResponderBorrarGracias a este artículo se despejan algunas inquietudes como profesor de comunicación,muchas gracias.
ResponderBorrarmuy interesante sobre lingüísticas , literarias y aspectos concretos del lenguaje de su enseñanza.
ResponderBorrarGracias a estos aportes se despejan diferentes inquietudes y que sirven de guía para el trabajo docente.
ResponderBorrarNos enseña a reflexionar como maestros, para desarrollar y dilucidar las diferentes inquietudes dentro del trabajo docente.
ResponderBorrarEl trabajo docente es muy importante desarrollarlo con responsabilidad, por ende es necesario la constante preparación y actualización ,y los aportes que nos brindan son muy eficaces, agradecida por ello.
ResponderBorrarInteresante el artículo, nos permite que nuestra labor docente en la actualidad es compleja, pero no imposible de crear nuevas técnicas.
ResponderBorrarmuy interesante enriquece la labor de los docentes
ResponderBorrarMuy interesante y reflexivo para nuestra labor docente.
ResponderBorrarGracias a esta información se despejan dudas.
ResponderBorrarExcelente, muchas gracias disipó mis dudas.
ResponderBorrarGracias a esta información me ayudará a reforzar algunos puntos en favor a mis estudiantes.
ResponderBorrarNo hay recetas mágicas, cada escuela debe crear estrategias adecuadas a sus realidad.
ResponderBorrarcada maestro tiene que crear estrategias de acuerdo al contexto
ResponderBorrarES MUY IMPORTANTE PARA CONOCER ESTRATEGIAS ADECUADAS DE ACUERDO AL NIVEL DEL ESTUDIANTE
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